El modelo agroalimentario dominante expulsa a las familias campesinas de los territorios, enferma a la población y comprete a las futuras generaciones. Distintas experiencias en los territorios marcan un camino alternativo, sustentable y posible para la Argentina. El plato de comida como eje de discusión pública.
Desde nuestra mirada, la alimentación es un derecho humano y está reconocido ni más ni menos que en la norma más importante que como sociedad en Argentina nos hemos dado, que es la Constitución Nacional. Esto es una idea fuerza importante: nuestra Constitución reconoce nuestro derecho humano a la alimentación adecuada, entendido como derecho a tener acceso de manera regular, permanente y libre a una alimentación adecuada o a los medios para tenerla, que nos permite tener una vida libre de angustias, satisfactoria, saludable y digna.
A poco de andar vemos que todos los componentes de ese derecho humano a la alimentación adecuada, reconocido constitucionalmente, están siendo comprometidos, vulnerados, violados sistemática y estructuralmente por un modelo agroindustrial dominante, hegemónico en nuestro país, que conspira contra la posibilidad de realización de ese derecho en cada uno de sus componentes.
Sin alimentos para toda la población
El primer elemento del derecho humano a la alimentación adecuada es la disponibilidad, esto es que haya alimento suficiente para alimentar a toda la población, para satisfacer las necesidades alimentarias de toda la población. Ese componente ya está comprometido en Argentina porque apostamos a unos pocos commodities destinados principalmente a la exportación, como fuente de caja, sacrificando otras producciones alimentarias que integran nuestra canasta básica de alimentos y que terminan desapareciendo.
A tal punto es así que, por dar un ejemplo, si hoy quisiéramos distribuir a cada persona que habita en Argentina la cantidad de fruta y verdura que debería consumir, según lo que el propio Estado recomienda a partir de sus Guías alimentarias, no tenemos suficiente. Es decir, hay una falta de disponibilidad de algunas clases de alimentos esenciales para tener una nutrición adecuada como consecuencia de que todo el modelo productivo apuesta a la producción de unos pocos commodities.
En segundo lugar, la cuestión de la accesibilidad. No alcanza con que haya alimentos, sino que esos alimentos puedan ser accesibles para todas las personas. La accesibilidad es física, es decir, que los alimentos puedan trasladarse desde donde son obtenidos y producidos hasta donde están las personas que necesitan consumirlos; y la accesibilidad es económica, que significa que la posibilidad de esas personas de acceder a esos alimentos no ponga en riesgo la satisfacción de otras necesidades igualmente esenciales.
Estos dos componentes también están seriamente comprometidos en nuestro país. Si hablamos de la accesibilidad física, podemos ver que tenemos producción a gran escala en determinadas regiones y luego circulación, camión-dependiente decimos, de alimentos kilométricos de un punto a otro de un país tan grande como Argentina, y eso tiene determinados impactos.
Por un lado, encarece el precio de los alimentos por el alto costo de la logística, genera emisiones de gases de efecto invernadero responsables de la crisis climática y genera estos fenómenos que se llaman los desiertos alimentarios y los pantanos alimentarios. Es decir, no todas las regiones del país tienen una diversidad de todos los alimentos que se necesitarían para tener una nutrición adecuada.
Ya comemos más parecido de la Quiaca a Ushuaia y en Buenos Aires que lo que era hace unos años. Sobresale el consumo creciente de ultraprocesados, el producto estrella de este modelo agroindustrial dominante.
Entonces, la accesibilidad física también obedece a la falta de un ordenamiento territorial destinado a la producción, distribución, procesamiento y consumo de los alimentos que conspira contra esa accesibilidad física. Y ni que hablar de la accesibilidad económica, que implica la accesibilidad a los medios necesarios para obtener y producir los alimentos: estamos hablando de tierra, agua, semillas, saberes y el acceso a los alimentos mismos.
Si ponemos el ojo en la primera parte de la ecuación, vemos que hay serias deficiencias porque tenemos un fenómeno del acaparamiento y concentración de las tierras y las semillas comerciales están altamente concentradas por un puñado de corporaciones que definen qué se cultiva, a qué precio, cómo, cuándo. Por otra parte, el agua ya cotiza en bolsa. Lejos de ser un bien común al servicio de la vida, es una mercancía que cotiza en bolsa y, en consecuencia, es privatizada, acaparada, concentrada cada vez más.
Nota completa en: Por una democracia con soberanía alimentaria (revistacitrica.com)