Sembrar, cosechar y producir alimentos sanos para las mesas argentinas. Es lo que hacen productores y productoras de trigo agroecológico, cultivo esencial para las harinas y panificados libres de transgénicos y agrotóxicos. Rechazan el trigo HB4 (modificado genéticamente) y confirman que la opción agroecológica es más productiva y rentable que la propuesta por el agronegocio.
Por Nahuel Lag
“¿Alguna vez comiste tu trigo? ¿Hiciste pan?”. El diálogo ocurrió entre un productor agroecológico y su vecino, que aplica el modelo instalado en el campo argentino desde hace más de tres décadas: siembra directa, paquete de agroquímicos —herbicidas, fungicidas y fertilizantes— y semillas transgénicas. El productor agroecológico solo obtuvo una mirada de asombro como respuesta. “Los productores de alimentos tenemos en la mano algo muy importante, no puede ser solo una moneda de cambio”, sostiene Damián Colucci, quien hizo la pregunta y desde hace 20 años produce trigo agroecológico en Tandil (Buenos Aires), con rindes similares al modelo transgénico, pero cuidando el ambiente, la salud y produciendo con su materia prima harinas de calidad para el consumo local.
El trigo HB4, de las empresas Bioceres-Florimond Desprez, inició su tercera campaña (la 2024/2025) con habilitación comercial por parte del gobierno argentino. En el campo despierta preocupación por incorporar la resistencia al glufosinato de amonio, un herbicida más dañino que el glifosato, y genera dudas sobre su rendimiento por la “resistencia a la sequía”, que no fue probada a campo. Las grandes empresas alimenticias no la aceptan para producir sus ultraprocesados y las asociaciones de acopiadores y las cámaras exportadoras lo rechazan por el peligro de que barcos enteros sean rechazados en los puertos de destino.
“Ya en los 90 el ‘modelo para terminar con el hambre en el mundo’ se impuso en Argentina. Treinta años después, hay más pobres y desnutridos que nunca antes en nuestro país; las tierras se concentraron en pocas manos y los arrendatarios no pudieron competir con los pooles de siembra, por lo que somos mucho menos los que vivimos en el campo”, advierten desde Argelanda, campo agroecológico de 400 hectáreas, donde Marco Van Strien y Margarita Tourn transicionaron a la agroecología en 2011 y producen harinas integrales, entre otros alimentos, en Claromecó, Tres Arroyos, corazón triguero del sudoeste bonaerense.
La referencia al “modelo para terminar con el hambre” es la promesa que, desde 1996, abrió el camino de los transgénicos en el país y que ya cuenta con más de 60 Organismos Genéticamente Modificados (OGM), en su mayoría soja y maíz, los dos cultivos más sembrados en el país en la campaña gruesa. El tercer cultivo más sembrado es, precisamente, el trigo, que se produce, mayoritariamente, bajo el mismo modelo: fertilizantes (nitrogenados y fosforados), herbicidas (glifosato), insecticidas (clorpirifos, endosulfán).
Sin trigo transgénico HB4 en los campos, Argentina se ubica entre los diez mayores países productores de trigo en el mundo. Según las estimaciones del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, se espera para esta campaña 2024/2025 una producción global récord 798 millones de toneladas (Mt), de las que el campo argentino producirá 17 Mt. De acuerdo a la campaña 2022/2023, según el Sistema de Información Simplifica Agrícola (SISA), más del 90 por ciento de lo sembrado pertenece al denominado “trigo pan”, el 74,31 por ciento de la superficie sembrada total se ubicó en Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.
El trigo transgénico liberado en 2022 tuvo su fase experimental, durante la cual el Instituto Nacional de Semillas (Inase) siguió el estudio de sus rendimientos. En 2021, uno de los últimos tres años en los que la sequía afectó a este cultivo de invierno, el trigo HB4 no pudo marcar un diferencial a pesar de las promesas; y su rendimiento fue un 17 por ciento menor al de los trigos convencionales. De hecho, ese 2021, según datos oficiales, se marcó una cosecha récord de trigo en el país con 22,1 millones de toneladas.
El modelo convencional (con agroquímicos) no parece necesitar la incorporación del trigo transgénico para marcar récords; pero sí despierta incertidumbre por otras consecuencias que pueda traer. “El glifosato es una molécula que, según decían, ‘se degrada en el ambiente’ y, sin embargo, la seguimos teniendo en los suelos, en el agua y en los cuerpos. La ciencia te dice que una molécula no es tóxica hoy y, con el tiempo, se empieza a saber la verdad. No quiero ni pensar lo que va a pasar con el glufosinato que es mucho menos biodegradable, mucho más lento, mucho más tóxico. ¿Cuánto residuo va a quedar en la semilla? ¿Cuánto va a quedar en la harina?”, advierte Van Strien, ingeniero agrónomo que, hasta 2011, aplicó el modelo convencional en su campo.
“Como agrónomo, la agroecología me dio una luz de esperanza. Cuando estábamos en el otro modelo recorría los lotes para ver si había sido eficaz, si había matado todo, pero la agronomía debería expresar vida. Ahora salgo a recorrer los lotes para pensar cómo acompañar la vegetación”, agradece.
El modelo convencional sigue sin resolver el problema que identifican como “malezas”, ya que incrementó las “resistencias”. Un reciente estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (Fauba) relevó 24 especies resistentes a los herbicidas, en particular al glifosato. De total, diez “malezas” se asocian al cultivo de trigo.
Sobre la “resistencia a la sequía” deja las dudas ya instaladas, pero apunta sobre lo que ya ocurrió con la soja y el maíz: “Si el argumento de resistencia a la sequía sigue teniendo fuerza, se va a empezar a querer o pretender sembrar trigo en áreas que no son aptas, avanzando con los hábitats semiáridos y vamos a seguir desmontando. Vamos a perder un ecosistema valiosísimo”, advierte Van Strien.
Otro punto crítico del modelo actual, el de la expulsión de los productores del campo, las cifras oficiales demuestran también ocurre con el trigo: según el SISA, en la campaña 2022/2023, el diez por ciento de los productores concentraron más de la mitad de la superficie sembrada de trigo y el 30 por ciento concentraron más del 78 por ciento.
“Es una ‘salida’ más a la crisis que nos trajo este modelo de laboratorios al servicio de las empresas teniendo como campo experimental gran parte de nuestro territorio. Ningún evento de los creados, más allá de que aumentaron la productividad por superficie, solucionaron el tema de la producción de alimentos y el hambre en nuestro país. El HB4 no era ni es una necesidad productiva para el país. Viene a reproducir y aplomar aún más el modelo que termina quebrando las dinámicas sociales, productivas y ambientales de los territorios”, sentencia Mauro González, agroecólogo y coordinador de La Constancia, equipo de asesoramiento técnico que acompaña cinco establecimientos agroecológicos o en transición en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.
Un modelo que le dice basta a los transgénicos
“Yo nací acá. Mi papá trabajaba con mi abuelo acá. Me crié en un sistema de producción mixto, convencional que, hace 40 años, era un sistema de labranzas. Los problemas de exceso de laboreo, erosión eólica y baja retención de agua nos llevaron a ser precursores del sistema de siembra directa. Logramos reducir la erosión, almacenamos más agua en el suelo y todo iba relativamente bien hasta que las dosis de herbicidas y fertilizantes que utilizábamos originalmente empezaron a ser escasas, cada vez necesitábamos más dosis y teníamos malezas más resistentes y suelos con déficit en fósforo y nitrógeno. Eso nos llevó a ser críticos del modelo”, describe Marco Van Strien cuando habla de Argelanda y es una síntesis de la historia que atravesó el campo.
Y señala como punto de inflexión el surgimiento de información científica, con referentes como Andrés Carrasco o Damián Marino, que demostraban los impactos del glifosato, su presencia en el agua, el suelo, el aire, los alimentos y en los cuerpos. “Cuando calculé cuántos litros de glifosato había tirado en el campo, pensé: ‘Esto es una locura’”. En 2011 comenzó la transición agroecológica en Argelanda. “Cuando los ‘remedios’ que nos proponen son siempre los mismos, no tenemos esperanzas de encontrar solución con el mismo sistema”, pensó el agrónomo.
El caso del emprendimiento Monte Callado es puramente orgánico, agroecológico. Colucci llegó en 2001 a sus 64 hectáreas en Tandil. Con veinte años, renegando de los que enseñaban en la Facultad de Agronomía y con la experiencia de conocer en Japón el método Fukuoka, la permacultura; comenzó por trabajar con tracción a sangre y siembra al voleo sus primeras hectáreas de trigo, porque “el hombre sabe producir más sin agroquímicos que con ellos; produce alimentos hace 13.000 años, aunque ahora parezca que sin agroquímicos no se puede. Yo quería vivir en la naturaleza y ser un campesino, no quería ser un ‘productor’, eso vino por añadidura”.
En 2006, Colucci comenzó con la producción extensiva de trigo e instaló un primer molino de piedra en un galpón de barro. En la actualidad, sumó otros 26 hectáreas y amplió la producción con el manejo de hectáreas de otros campos de productores orgánicos; lo que le permite rotar los lotes, darles descanso ingresando ganado y sembrando pasturas forrajeras. Todo el trigo es molido en el galpón que también creció y cuenta con más molinos.
“En Monte Callado producimos alimentos, no somos una industria de commodities, no generamos residuos contaminantes ni para el vecino ni para la gente de Tandil. La gente de acá come nuestra comida. En cambio, los que producen commodities no saben dónde terminan sus granos, si en Tandil, en China u Holanda”, reafirma Colucci y recuerda el diálogo con el vecino que nunca había comido el pan de su propio trigo.
El productor sostiene que “se puede vivir y hasta puede ser más rentable” producir de forma agroecológica, pero considera “vil” caer sobre los productores convencionales, incluso entre los que tienen campos propios, “esto lleva mucho trabajo, mucha cabeza, lo otro está todo resuelto: la agroindustria te resuelve todo, un sistema cómodo, armado y con rápido crecimiento económico. El problema es que no tienen conciencia del daño, pero la ciencia moderna avala el modelo. Si la ciencia te dice que no te va a hacer nada, la gente lo cree. Son grupos pequeños de médicos o ingenieros agrónomos que salen a decir lo contrario; la gente cree en los ensayos que les muestran aunque sean mentirosos”.
La responsabilidad del sistema científico, de los organismos de control estatal y del modelo impuesto aparecen recurrentemente en la voz de los productores que aún deciden vivir en el campo, “ver el amanecer, sentir los aromas de los productos aplicados. No es que estamos en la ciudad, vemos cuánto se aplica de agroquímicos en el campo y nos vamos”, explica Van Strien.
Margarita Tourn comparte e invita a tomar conciencia para dejar atrás las soluciones del agronegocio: “Cuando empezamos la transición no había mucha prueba ni dónde consultar, ahora existen datos claros y evidentes de que, por un lado, el sistema anterior está llegando al paroxismo y, por otro, que es posible hacerlo de otro modo y que es hasta más rentable”.
El trigo transgénico HB4, piensa Tourn, es otra respuesta del “lobby de las grandes empresas del agronegocio para sostener su economía y seguir teniendo atrapados a los productores. Nos han hecho creer que las cosas tienen que ser simples, rápidas, con una receta. Se ha infantilizado mucho al productor, es una cultura que hay que revertir”.
La agroecología, modo rentable
Las razones de los productores que se definen por iniciar la transición agroecológica son múltiples, sostiene González en base a las experiencias que acompaña en la zona núcleo, pero la transversalidad es la convicción de que existen otras maneras de pensar lo complejo de la agricultura y llevarla a campo. “La actividad agropecuaria y la agrícola en particular no es simplemente mirar un membrete y dosificar con agroquímicos”, recuerda.
Las razones de la salud del ambiente, los cuerpos y los alimentos no permea en el sector empresarial del agronegocio ni en las decisiones de políticas públicas; porque “hay un sistema científico que lo avala”, como indica Colucci. Pero los productores agroecológicos pueden sentarse también a hablar de “rentabilidad”.
En Argelanda trabajan desde los inicios de la transición palmo a palmo con la Chacra Experimental Barrow del INTA y un grupo de Cambio Rural para agroecología extensiva. Martín Zamora es ingeniero agrónomo e investigador del INTA-Barrow, y define al modelo actual como no sustentable y de “riesgo productivo” para quienes viven de lo que producen en sus campos y, desde 2010, estudia cómo la producción agroecológica permite la estabilidad económica, ambiental y social en la producción extensiva.
Bajar los costos, mantener los rendimientos, darle más rentabilidad al pequeño productor es algo que la agroecología tiene probado. Del otro lado, la previa de la siembra de trigo de este año estuvo cruzada por las amenazas de las entidades del agronegocio y los empresarios de la cadena de trigo hablando de falta de rentabilidad, algo que el Gobierno respondió con la misma receta.
“Que bajen los aranceles a herbicidas y fertilizantes hace que el modelo industrial siga avanzando sobre los diferentes territorios configurando escenarios de desarraigo, abandono del campo y concentración de la tierra”, lamenta el asesor de La Constancia y afirma que “desde las perspectivas agroecológicas estamos para otra cosa”. Optar por prescindir de insumos atados al dólar, desacoplar el modelo para tener otros tipos de costos de producción, “estar en el campo, planificar las etapas de laboreos y saber que cada campo lleva una estrategia diferente”.
En más de una década de trabajo de acompañamiento a más de 50 productores, Zamora tradujo en números la rentabilidad y la eficiencia de los sistemas agroecológicos. En el Segundo Encuentro Nacional y Congreso Científico “Periurbanos hacia el consenso” —convocado por el entonces Ministerio de Economía, INTA, Conicet, otros organismos estatales y universidades públicas—, el ingeniero agrónomo presentó dos investigaciones que funcionan como síntesis del trabajo a realizar en Tres Arroyos.
“Rendimientos, costos y márgenes brutos comparados del cultivo de trigo”, resume el resultado de la investigación entre ambos modelos durante las campañas 2014, 2015, 2016, 2018, 2019 y 2020. Según el estudio, no hubo diferencias respecto de los costos de las labores, pero el modelo “Industrial” cuadriplicó los costos en insumos respecto del modelo “Agroecológico”. El Costo Directo Total del trigo “Industrial” fue un 85 por ciento superior al del trigo “Agroecológico”.
De esa manera, con 1431 kilos por hectáreas, el modelo “Agroecológico” cubrió los costos de producción, mientras que en el modelo “Industrial” se precisaron 2584 kilos. Así, el margen bruto del trigo “Agroecológico” representó una mejora del 90 por ciento en los ingresos de los productores agroecológicos con respecto a los que aplicaron el modelo de agronegocio actual, luego de pagar los costos directos del cultivo.
NOTA COMPLETA EN: Trigo agroecológico: alimentos sanos, cuidado del ambiente, rentabilidad y trabajo local – Agencia de Noticias Tierra Viva (agenciatierraviva.com.ar)
FUENTE: Agencia tierra viva