Rodeada por lo que queda de su familia, llora la pérdida del mayor de sus hijos, muerto por un asaltante precoz. La cámara se detiene en los movimientos convulsos del llanto, nuestra parte del micrófono que se le acerca, y se escucha la voz de la movilera:
-¿ Qué se siente ante un hecho como este? -pregunta y escucha, como si nada, la respuesta obvia.
La imagen, la pregunta y la respuesta pasarán incluso la edición posterior y serán parte de los contenidos del canal de noticia durante por lo menos 24 horas. Tomada por otra cámara, la repetición de la imagen, el llanto y la entrevista -con otro movieron- servirá como prólogo para que un conductor de televisión defenestre a quienes se oponen a la mano dura contra los delincuentes. “Esto es para los que dicen que no hay que bajar la edad de la imputabilidad de los menores”, dirá antes de recordar que en Francia y otros países los menores que cometen delitos “de adultos” (graves) son tratados como tales.
A pesar de la sucesión de notas parecidas a estas anécdotas, la prensa argentina concentra el respeto mayoritario de la gente. Será por aquello que en el país de los ciegos los tuertos son reyes; porque en el descrédito que tienen otras instituciones como la justicia, la política y la policía no es de asombrar que la opinión pública rescate el valor de los que denuncian la corrupción.
Pero la proliferación de ejemplos como los citados indican que la prensa argentina está atacada del mal del ojo y llegará el día en que le vaya tan mal como a la de los Estados Unidos, hasta no hace mucho tiempo ejemplo de periodismo independiente.
¿Qué provocó el descrédito de la prensa estadounidense? La corrupción en el ejercicio de la profesión-oficio de periodista.
A muchos periodistas -y dueños de medios de comunicación- no les gusta que se hable de la profesión. Algunos todavía recurren a anacronismo como el corporativismo para esquivar cualquier comunicación sobre el rol que debe cumplir la prensa en una comunidad y las obligaciones que tiene un periodista. Es una discusión que debe darse.
El mal de ojo, que ya es epidemia, se advierte en muchos síntomas: falta de rigurosidad en el tratamiento de la información; falta de preparación (académica o autodidacta) de los periodistas; desconocimiento de los presuntos básicos de la ética de la profesion, u oficio.
Desde ya que es útil pensar en reglar la profesión a la manera de otra carrera cuyo límite de conocimientos y práctica son más limitados.
¿Qué periodista con el título bajo el brazo puede arrogarse el derecho de decirle a Garcia Marquez que no puede hacer un reportaje solo porque no tiene diploma?
Sin haber estudiado periodismo, Garcia Marquez es un maestro del oficio y de hecho fundó una escuela para periodistas.
Hay también otras razones para el mal ejercicio de la profesión-oficio: cualquiera con un micrófono en la mano es considerado periodista; en televisión se privilegia la pinta o la simpatía antes que el conocimientos de los conductores, así se hizo costumbre que modelos terminen en el periodismo, en desmadro del tratamiento serio de la información. En los medios gráficos los relatores no tienen preocupación por el uso correcto del idioma o la forma que contarán una noticia; la investigación periodística casi no existe.
Ya nadie parece recordar que el periodismo es un servicio público y como tal debe practicase; o no es periodismo, es alguna otra forma de difusión de contenidos, pero no periodismo. El periodismo no es de derechas ni de izquierdas, no es partidario ni empresario o gubernamental, es periodismo a secas. Por eso no debe confundirse el trabajo del periodista con el del publicista o el del propagandista. El periodismo es imparcial, es objetivo (aún desde la subjetividad de quien lo practique) y la noticia que el periodista conoce no le pertenece, él es apena el medio para hacer que ese hecho de interés público llegue a la gente.
Este esbozo de las mezquindades (merecedoras de una discusión más aplia) que aquejan a los periodistas de la Argentina tiene por finalidad proponer el debate de un código de ética uniforme para el país, un código que debería ser analizado por todos los periodistas y luego cumplido, a rajatabla, para que el periodismo solo persiga el objetivo de servir a la gente.