En tiempos en que la ciudad de Buenos Aires estaba construyendo la red de agua potable y de desagüe pluvial más grande de la historia, se traían miles y miles de tramos de cañería fabricados en Inglaterra.
Dichos caños (de fundición) tenían grabada la marca del fabricante: “A. Torrant & co.” y se dejaban en terrenos descampados hasta su utilización.
Muy poco tiempo pasó para que los vagabundos y linyeras sin techo propio, descubrieran que eran excelente lugar para dormir y los ocupaban.
De hecho, un dicho muy común en la época era “andá a vivir a los caños!” o bien, “se fue a parar a los caños” cuando se referían a alguien que no tenía recursos ni hogar.
De la marca de fabrica, A.Torrant, derivó el término despectivo “atorrante” y el lunfardismo atorrar o torrar (por dormir).
También comentan que los caños eran un excelente albergue transitorio utilizado por señoritas de la calle y sus clientes (“pero qué atorrantas!” dirían las damas de la alta sociedad)
De hecho, los que ya tenemos algunas canas, no podemos dejar de recordar que Hijitus, el personaje de García Ferré, también vivía en un caño con su perro Pichichus…