Cómo pesar una ballena: un biólogo explica su trabajo con las gigantes del mar Argentino

Nicolás Lewin calcula el peso de las madres y crías de ballena franca austral, una especie que es Patrimonio Natural de Argentina. Detalla cómo lo hace sin intervenir en la vida de los individuos. Una charla con elDiarioAR sobre ciencia, naturaleza, conexión y los riesgos que amenazan a la especie.

Nicolás Lewin –31 años, cordobés– estudió biología en la Universidad Nacional de Córdoba y trabaja en el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), una de las organizaciones científicas que investiga la vida de las ballenas francas australes, Patrimonio Natural de la Argentina. Lewin recibe a elDiarioAR en la ahora lluviosa localidad de Puerto Madryn, en Chubut, tras bajarse de su bicicleta. Este medio viajó a la ciudad patagónica financiado por Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) para una cobertura organizada independientemente por elDiarioAR.

Parte de su trabajo consiste en volar un drone sobre El Doradillo, un área natural protegida en Península Valdés, a donde Lewin va en busca de la imagen perfecta para su misión: calcular el peso de madres y crías. 

“En el último año de secundario vinimos a Puerto Madryn y, como le ha pasado a varias personas, en el momento en que te encontrás con la ballena es muy distinto a cualquier documental, a cualquier relato, no importa cuánto te lo cuenten o cuántos videos veas, el momento en el que estás al lado de una ballena y la escuchás respirar o vocalizar, o la ves saltar, o la ves sacar la cola, para mí no tiene palabras. Ese momento es clave, el momento en que te conectás”, recuerda Lewin.

“Más tarde, cuando decidí estudiar biología, tuve como profesor a Mariano Sironi (biólogo, director científico del ICB). No sólo empecé a descubrir lo que realmente puede hacer un biólogo, a través de sus relatos, sino que me transmitió el amor por lo que hace”, afirmó el biólogo. 

Escuché otras historias de biólogos que supieron que querían estudiarlas cuando las vieron por primera vez en Madryn, siendo estudiantes…

–Mucha gente empatiza con las ballenas. Son animales grandes, lentos, son para mí el símbolo de la libertad y en especial, de la libertad en el mar. No conocen fronteras, nadan libremente en el océano. Ver el ojo de una ballena también es un momento como que no sé… no tengo muchas palabras para describirlo más que querer que todo el mundo pudiera vivir ese tipo de encuentros porque te atraviesan. Es como cuando ves un paisaje majestuoso que te hace sentir pequeño, pero a la vez esa pequeñez te hace fundirte con ese entorno. En el momento en que se empiezan a fundir un poco esos límites, te das cuenta que estás ahí con la ballena y que sos parte también de la naturaleza. 

¿Te sigue sucediendo después de más de diez años?

–A veces me encuentro con personas que dicen “este lugar (por el Doradillo) es increíble, ¿cómo puede ser que no sea tan conocido?”. Eso te hace revivir esa primera emoción a través de lo que están viviendo ellos. Por eso estoy muy agradecido del lugar donde trabajo. Necesitamos que la gente pueda tener el momento de conexión con las ballenas, o con los seres con quienes cohabitamos este mundo, con la naturaleza en general. Ya sabemos que todo lo que hacemos en tierra afecta también a lo que está en el mar y viceversa. Entonces no podemos hablar de mundos desconectados o de que no somos animales marinos, porque en cierta forma toda la vida depende también de cuestiones que están relacionadas con el mar.

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