El valor estratégico de controlar el agua para el Estado sionista de Israel en su expansión por tierras palestinas es sin duda a través de la empresa Mekorot hoy asentada en al menos 10 provincias del país. Fundada en 1938, prácticamente 10 años antes de la creación del Estado sionista, Mekorot es la pieza clave para llevar a una dependencia estructurada y al cautiverio del sector hídrico palestino, que trabaja en connivencia estrecha con el ejército israelí. Mekorot posiciona a Israel como líder global en el desarrollo de soluciones tecnológicas —exporta $2 mil millones de dólares al año en esta materia— para resolver problemas relacionados con la escasez de agua. Esta empresa a penetrado en la economía argentina con todo el respaldo de los últimos gobiernos. A pesar de tener fuertes denuncias de organismos de derechos humanos por violaciones a los derechos humanos. Republicamos una nota* de Paula Galizia Alfano y Silvia Ferreyra que repasa la problemática.
El genocidio sistemático del sionismo hacia el pueblo palestino está siendo televisado y replicado en redes sociales frente a los ojos del mundo entero. La destrucción, la muerte, el saqueo y la violencia están todas juntas, diseminadas en un pequeño territorio frente a las costas del Mar Mediterráneo. El pueblo palestino, particularmente en Gaza, está sufriendo una segunda Nakba más cruel y más profunda que la primera.
Más de 35.000 asesinades, la mayoría mujeres e infancias, miles de casas destrozadas, casi ningún hospital en pie, el acceso al agua y el servicio eléctrico fueron diezmados y más de un millón de personas se convirtieron en refugiadas. Estas son algunas de las brutales consecuencias provocadas por el gobierno de Benjamín Netanyahu, a 7 meses de la contraofensiva israelí, luego de los ataques de Hamas el pasado octubre.
A pesar de las exigencias de los pueblos del mundo para que se detenga la violencia, e incluso con una resolución de la ONU en la que se exigió un cese al fuego, el asedio no se detiene y goza de una magnánima impunidad frente a todas las violaciones de derechos humanos que comete. Pero para comprender los hechos cabe reforzar algo muy importante: la ocupación no comenzó el 8 de octubre, son 76 años de colonialismo, saqueo y destrucción de los cuerpos y territorios del pueblo palestino.
Si bien mucho se dice y analiza sobre este mal llamada guerra —porque no es otra cosa que un genocidio—, y existen serios y profundos análisis del caso, poco se menciona del carácter profundamente extractivista que tiene esta ocupación. Es en esta perspectiva que pone el foco en los territorios, los bienes comunes y su despojo, que este artículo pretende analizar la ocupación israelí. Para ello daremos a conocer a un actor que opera tras bambalinas y del que poco se sabe aunque sea uno de los pilares centrales para la realización, profundización y viabilidad del apartheid: la empresa estatal de agua israelí, Mekorot.
Colonialismo de colonos
Desde el comienzo de la ocupación en 1948, más del 80% del territorio de la Palestina Histórica fue anexado por el Estado israelí violando así el Plan de Partición (1947,ONU) en el que se preveía sólo un 40 % de las tierras para la constitución del mismo. Ahora bien, hablar de anexión de un territorio no se circunscribe estrictamente a la pérdida de tierra disponible para una población, sino también a la capacidad de reproducir la vida, a la libre circulación y a la posibilidad de sostener prácticas culturales, religiosas o económicas.
A lo largo de todos estos años, los sucesivos gobiernos israelíes implementaron un plan sistemático de limpieza étnica hacia el pueblo palestino mediante métodos opresivos basados en la expoliación de los bienes comunes y de los territorios. Además de incontables violaciones a los derechos humanos, como la construcción de muros, la criminalización, la persecución y el asesinato, el sionismo centró parte de su estrategia colonialista en la destrucción o monopolización de los bienes comunes del pueblo palestino.
Mediante el avance violento de asentamientos ilegales, aplicando desalojos forzosos a las familias palestinas e instalando allí a colonos israelíes, destruyendo casas, poblados y campos agrícolas, principalmente de olivos —práctica milenaria del pueblo palestino—, privatizando los servicios públicos, prohibiendo la libre circulación, generando desempleo y pobreza, es que profundizan el apartheid y el asedio. Pero hay un elemento clave para la concreción material de estos asentamientos que es vital para el expansionismo sionista: el agua.
El agua es un componente esencial para el desarrollo de la vida y es un derecho humano que el Estado sionista cercena sistemáticamente al pueblo palestino. En el Territorio Palestino Ocupado (TPO) existen tres fuentes principales de agua dulce natural: el río Jordán, el acuífero costero y el acuífero montañoso. Tras la victoria israelí de la Guerra de los 6 días (1967), el Estado sionista pasó a ocupar la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y la mayor parte de los Altos del Golán sirios, triplicando el tamaño del territorio bajo su control. A su vez, asumió el control militar de todos los recursos hídricos del TPO. Un actor fundamental para ejecutar el control del agua es la empresa estatal, Mekorot.
Fundada en 1938, prácticamente 10 años antes de la creación del Estado sionista, Mekorot es una empresa gubernamental adscrita al Ministerio de Energía y la Dirección de Aguas de Israel. Es la pieza clave y central para efectivizar la desposesión arraigada del acceso al agua, lo que lleva a una dependencia estructurada y al cautiverio del sector hídrico palestino, que trabaja en connivencia estrecha con el ejército israelí.
A su vez, Mekorot desempeña un papel integral en la economía de la ocupación israelí al posicionar a Israel como líder global en el desarrollo de soluciones tecnológicas —exporta $2 mil millones de dólares al año en esta materia— para resolver problemas relacionados con la escasez de agua. Mientras que esa es la fachada que le vende al mundo, obviando la opresión y el robo de las cuencas hídricas del TPO, Amnistía Internacional y otros organismos de derechos humanos denunciaron a la empresa por fuertes violaciones a los derechos humanos.
Desde que asumió el control del agua, Mekorot monopoliza el acceso, la distribución y la comercialización del agua. Deliberadamente favorece el desarrollo de los asentamientos ilegales y su crecimiento, garantiza el suministro permanente del agua y crea infraestructura para ello. Al pueblo palestino le prohíbe construir nuevas instalaciones hídricas o mantener las existentes, profundizar los pozos o construir cisternas para acopio de agua de lluvia, sin obtener antes la autorización del ejército israelí. No sorprende que esas autorizaciones casi nunca sean otorgadas. De manera intencional, el acceso al agua es injustamente desigual y se utiliza para el fomento y desarrollo de producciones agrícolas israelíes, para su uso cotidiano y hasta incluso para sus grandes piscinas y jardines, degradando la vida de cientos de miles de palestines.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el consumo diario de agua per cápita debería rondar los 100 litros. El consumo palestino de agua se estima en 70 litros diarios por persona en Cisjordania y en 20 litros en Gaza, en contraste con el consumo diario per cápita israelí que es cuatro veces superior, alcanzando los 300 litros diarios. De conformidad con el artículo 40 de las disposiciones en materia de medio ambiente de los Acuerdos de Oslo II (1995), titulado “Abastecimiento de agua y tratamiento de aguas residuales”, aproximadamente el 80 % de las aguas extraídas de los acuíferos se asignaron para uso israelí y el 20 % restante para uso palestino.
El apartheid del agua
Luego de los fallidos Acuerdos de Oslo I (1994), Cisjordania fue dividida en 3 zonas: A, B y C. En las zonas A y B, la Autoridad Palestina es quien gobierna y gestiona los bienes comunes. La zona C, que equivale al 60 % del territorio, se encuentra bajo el control total de Israel. Allí es donde se encuentra la mayor parte de las tierras agrícolas, las fuentes de agua y los depósitos subterráneos del TPO. En la zona C, el costo del agua comprada en la red puede ser seis veces superior al precio de los asentamientos, llegando a pagar $1,50 dólares por metro cúbico. En algunas comunidades palestinas de dicha zona, el agua representa el 15 % del gasto de los hogares. Para las comunidades de pastores, como el pueblo beduino, el elevado precio del agua disminuye severamente su capacidad de mantener sus medios de vida.
En la Franja de Gaza la situación es tremendamente peor. El agua disponible no satisface las necesidades básicas de la población. Según el Banco Mundial, el suministro de agua en Gaza se encuentra en niveles de crisis desde 2005. En 2020, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) estimó que solo el 10 % de la población de Gaza tenía acceso directo a agua potable limpia y salubre. En total, se calcula que alrededor de un millón de personas —la mitad de la población— necesitan intervenciones en materia de agua y saneamiento.
Otro factor que imposibilita un acceso adecuado al agua está relacionado con la falta de un suministro eléctrico constante. Gaza sufre un déficit crónico de electricidad, lo que repercute gravemente en la disponibilidad de servicios esenciales, en particular de salud, agua y saneamiento, y afecta a los sectores agrícola e industrial. La escasez de electricidad influye en el funcionamiento de los sistemas de abastecimiento de agua locales, así como en el saneamiento de las mismas, lo que provoca la contaminación continua del acuífero costero y del entorno en general. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) el 97% del agua en Gaza no es apta para consumo humano.
Si bien hay tres plantas desalinizadoras que funcionan con el apoyo de la comunidad internacional y producen unos 13 millones de metros cúbicos de agua al año, la desalinización requiere una cantidad importante de electricidad y combustible. Por ello, la grave escasez de energía y las restricciones que impone Israel a la importación de materiales metalúrgicos —ya que considera que serán utilizados por la resistencia palestina— para el arreglo o reconstrucción de los sistemas, limitan la capacidad de esas plantas para funcionar a pleno rendimiento o para proporcionar un acceso suficiente y continuo al agua.
Estos factores parecen menores frente a lo que atraviesa Gaza estos días. La contraofensiva israelí es absolutamente monstruosa. Prácticamente está aniquilando a la población gazatí. Según la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO) el suministro de agua está al 7% de los niveles anteriores a octubre lo que redujo el consumo medio a un 92%.
NOTA COMPLETA EN: Mekorot: el agua como herramienta de dominación – ANRed