Alimentos sanos, producción sin venenos, cooperativismo y recuperar saberes ancestrales son algunas de las características de las organizaciones Macollando y Taku, que desde Córdoba construyen soberanía alimentaria. Ferias agroecológicas, sistemas de certificación participativos y una red federal de comercialización de alimentos son parte de la construcción colectiva.
Por Mariángeles Guerrero
Macollando y Taku son dos cooperativas que promueven la agroecología en Córdoba. En una provincia donde el agronegocio avanza sobre el monte nativo y la vida campesina, estos dos espacios apuntan a generar alimentos sanos y a reivindicar la tarea de alimentarse como un acto colectivo, de reivindicación de saberes y de cuidado de la tierra. “Afortunadamente, son cada vez más los productores y las productoras que eligen producir de manera sustentable, ya que consumir sin agroquímicos en Córdoba es súper posible”, afirma Sofía Zorzini, integrante de Taku.
Taku no sólo produce sin agroquímicos: también lo hace sin gluten. Y, además, cuida que sus alimentos estén libres de contaminación cruzada con esa proteína, propia del trigo, la avena, la cebada y el centeno. La pequeña empresa surgió hace cinco años en Capilla del Monte. Hoy son doce trabajadoras y trabajadores, en su mayoría mujeres, que elaboran harinas de garbanzo, de arveja y de maíz. Muchas de ellas recibían el Potenciar Trabajo, pero en el último tiempo —por decisión del Gobierno— dejaron de percibirlo.
Por su parte, Macollando surgió en 2017, aunque algunos de sus 40 trabajadores actuales se conocían desde antes, por participar en la Feria Agroecológica de Córdoba. Fue precisamente en ese espacio que comenzaron a ver la necesidad de organizarse para mejorar la producción.
En ese entonces, el diagnóstico fue que los y las productoras agroecológicas comercializaban principalmente a través de ferias. El aspecto positivo de este mecanismo es la relación directa entre el productor y el consumidor, pero tiene como limitante que quienes cultivan tienen que realizar tareas extras relativas a la logística. Así fue como se empezó a pensar en un centro de acopio y distribución de alimentos, que les permita producir y comercializar en escala sin el desgaste propio de la feria. No obstante, Macollando continúa participando en las ferias de Córdoba, Villa Allende, Río Ceballos y sigue abasteciendo a la feria de Unquillo.
La red de unidades productivas que componen esta cooperativa se fue construyendo con dos objetivos: trabajar sin patrón y producir alimentos sanos. En promedio, elaboran dos toneladas y media de trigo agroecológico por mes. También producen panificados, huevos y verduras agroecológicas. Y comercializan otros productos, como aceite y miel.
“El macollo es el método de propagación que tienen algunas plantas, como el trigo. Hay una frase que dice ‘importa irse por las ramas, porque en las ramas está el fruto’. Lo que hay que hacer es encontrarlo. Y es una acción, macollar es ramificar”. Así explica Iván Fernández el nombre de la cooperativa, cuyas 22 unidades productivas se extienden a lo largo de los 50 kilómetros que separan Córdoba capital de Jesús María. Macollando, ramificando, es precisamente como piensan el modo de producir y también de consumir.
“Laburamos muy en carácter de red”, resalta Fernández. Y explica que hay unidades productivas que, si bien no pertenecen formalmente a la cooperativa, están articuladas en la comercialización.
Una cooperativa para organizar el consumo
La conformación de Macollando fue una respuesta al extractivismo y el envenenamiento concreto que sufren las poblaciones como consecuencia del agronegocio. En Córdoba, hay más de ocho millones de hectáreas destinadas a la producción agropecuaria. Pero la superficie hortícola se redujo un 74 por ciento entre 1988 y 2018.
La cooperativa sirvió para apuntalar unidades productivas con escasos recursos. “Una de las problemáticas que tiene el sector hortícola es el paquete de agroquímicos, que mete a los productores en una rueda de deuda permanente para comprar los insumos a precio dólar”, explica. De esa manera, la propuesta fue producir los propios insumos para no depender del mercado.
Fernández sintetiza: “La herramienta de la agroecología fue una propuesta económica para que quien produce no muera en el intento y a su vez producir alimentos sanos para que quien coma no muera en el intento de comer”.
Hoy cuentan con ocho hectáreas de producción hortícola agroecológica, donde cultivan principalmente zanahoria y remolacha. Además tienen 200 gallinas ponedoras. Con las dos toneladas de harina mensuales, abastecen la producción de fideos secos de la propia cooperativa y a los almacenes. Próximamente, también comenzarán a producir maíz agroecológico.
Sus integrantes ponen el acento en el consumo. “El salto a la agroecología lo empezamos a dar en el momento en que empezamos a organizarnos, porque también se dio un proceso de organización del consumo. Eso llevó a la pregunta sobre qué era lo que se comía”, explica Fernández.
El modo de trabajo es organizar el consumo, planificar la producción y garantizar la distribución. Con esa idea, hace dos años empezaron a armar grupos de consumo para generar compras colectivas en los barrios populares de la ciudad de Córdoba (San Roque, Villa La Tela y Maldonado, entre otros), en el Valle de Paravachasca, en el Corredor de las Sierras Chicas, en Guiñazú. Son cinco nodos, que cuentan con 50 familias cada uno. Además, desarrollan compras colectivas esporádicas en la zona del Valle de Calamuchita y, hacia el norte, en Cruz del Eje.
“Organizamos compras colectivas como para poder planificar la producción, no tener pérdidas y no tener que salir al mercado a reventar el producto. Vamos produciendo de acuerdo a la demanda que se va generando en esos grupos de consumo”, cuenta Fernández.
En relación al precio, compara lo que sale un paquete de fideos de la cooperativa (800 pesos) con lo que sale en un supermercado (700). Y señala que el producto se diferencia por su calidad, pero que además la ganancia queda en la unidad productiva y no se dispersa entre los intermediarios. “Como espacios productivos, nos falta ir ganando escala para generar una mayor tecnificación en el proceso productivo y poder abaratar los costos”, agrega.
El centro de acopio y distribución de alimentos se enmarca en un objetivo mayor, que es el Plan Federal de Distribución de Alimentos. “Lo que vemos es que las unidades productivas cooperativas que tienen escala productiva terminan rifando la producción de alimentos en el mercado convencional, con muchas intermediaciones desde el transporte hasta quien termina comercializando en el almacén. Eso va encareciendo el producto, a la vez que le bajan el precio al productor.
Por eso vienen trabajando en generar distribución regionalizados. La intención es que haya uno en Río Cuarto, otro en la zona de Córdoba capital, otro en la zona de Punilla, otro en Paravachasca. También es la idea replicar la experiencia en Mendoza, Tucumán y Rosario.
Organizarse colectivamente para la compra comunitaria de alimentos genera, además, que se abaraten los costos. “Comercializamos un aceite de una fábrica recuperada de La Matanza (Buenos Aires). Está entre 200 y 300 pesos más barato que lo que se consigue en un supermercado. Eso se puede lograr porque suceden las compras colectivas y compramos en gran volumen. Con compras individuales no podríamos traer un camión con aceite para distribuir”, ejemplifica Fernández.
Y señala que este mecanismo de consumo colectivo y sin intermediarios “le pone rostro al alimento”.
“Problematizar qué consumimos y con qué nos alimentamos es clave para sostener una vida sana. Consumir harinas blancas todo el tiempo nos quita la energía y encima le damos recursos a quien nos sigue quitando energía y vida”, grafica.
En el contexto actual de precarización de la vida, es donde cobra sentido una red federal de comercialización de alimentos. “Pero no entendemos a la herramienta como una herramienta de coyuntura, sino con perspectiva de política pública. El Estado tiene que promover espacios de comercialización al por mayor para que la población acceda a precios más accesibles”, aclara.
“El monte nos da alimentos de verdad”
Taku significa “algarroba” en idioma originario. La algarroba es uno de los frutos del monte nativo cordobés, fruto del algarrobo. La cooperativa se posiciona desde ese lugar: “Revalorizar el monte nativo, el monte como alimento, sobre todo en estos tiempos”. La alusión a la coyuntura conlleva una cifra: el 95 por ciento del bosque cordobés se desmontó o se quemó en los últimos años.
“Vivimos en Capilla del Monte, que es un lugar donde queda uno de los últimos porcentajes de monte nativo de Córdoba, que todo el tiempo está amenazado a través de la Sociedad Rural y los incendios intencionales que sabemos en el fondo que es para el avance de la agronegocio y de las grandes inmobiliarias”, dice Zorzini.
La cooperativa produce, además de harinas de garbanzo y de maíz, harina y café de algarroba y de otros productos que recolectan en el bosque. “Hay mucho alimento en el monte, que se podría complementar con la agricultura, hay muchas plantas medicinales, mucho alimento de verdad. Estamos atravesadas por el monte. La gente llega a estos territorios pensando que acá no hay comunidades originarias. Sí hay comunidades originarias, hay comunidades que transmiten sus saberes y también en esto de que nos transmiten el saber también nos transmiten otra forma de alimentarse ancestralmente”, agrega.
“Acá, hace 50 años, se consumía de otra forma, se consumía lo que te daba la Pachamama. Mucha gente acá vive de sus animalitos, de sus cabras y del monte. En este recuperar estamos reaprendiendo, recordando todo eso. Afortunadamente hay muchos abuelos y abuelas que tienen todavía esa práctica y nos las están transmitiendo. Desde nuestro lugar impulsamos el cuidado del monte nativo. Estamos fortaleciendo la ruta del alimento sano”, describe.
Hacia la promoción de la agroecología en Córdoba capital
El Concejo Deliberante de Córdoba debate una ordenanza de promoción de la agroecología. El proyecto surgió desde la feria agroecológica de Córdoba, que trabaja con un Sistema Participativo de Garantías (SPG) desde sus inicios. “Empezamos a articular con instituciones, principalmente con la Subsecretaría de Agricultura Familiar y la Subsecretaría de Agricultura Familiar de la provincia. A través de esas instituciones fuimos trabajando un esquema de SPG y vimos la necesidad de institucionalizarlo porque teníamos una problemática con las habilitaciones municipales. Esto fue en 2015”, comenta Fernández.
Con el pasar del tiempo se avanzó hacia una propuesta de promoción de la producción agroecológica. “Fuimos viendo la necesidad concreta de que el Estado promueva la producción agroecológica, porque las organizaciones seguíamos avanzando pero sin equipos técnicos ni financiamiento para los proyectos”, relata. A esto se le sumaba el avance del agronegocio y de la especulación inmobiliaria sobre el cinturón hortícola de la capital provincial.
La ordenanza propone la creación de un Consejo de Producción Agroecológica, que es de donde se dinamizarán las propuestas para la promoción de la agroecológica, para validar el SPG de alimentos y, al mismo tiempo, construir una herramienta de diagnóstico para ver las condiciones de trabajo de los productores y las productoras (no solo las condiciones de producción), y el registro de productores y productoras y comercializadoras.
FUENTE: Agencia Tierra Viva.