Cuando vayas a la Ciudad de México y pases por el Ángel de la Independencia, visita el sótano del monumento. Ahí conocerás a uno de los personajes más extraños de la historia de México, de por sí una historia llena de zapateros metidos a generales, niños que operaban cañones, licenciados que iban a la guerra en burro y presidentes que se comunicaban con espíritus, entre otras exquisiteces.
¿Y quién es el tipo ese que está representado con una estatua de cuerpo entero en al interior del Ángel de la Independencia y que no está relacionado con los Insurgentes que están afuera, adosados a la estructura principal?
Se trata del único y original Zorro: William Lampart. El insurgente, antes de todos los insurgentes.
Nada que ver con Hollywood o con aquella película estelarizada por Douglas Fairbanks o su refrito con Antonio Banderas: el fulano en cuestión era irlandés y nació en el siglo XVII, mucho antes que Hidalgo, Morelos o Allende.
El hombre que se hizo llamar en la Nueva España Guillermo Lombardo y de Guzmán era un tipo con una inteligencia notable pues dominaba catorce idiomas y podía presumir haber vivido varias vidas en una sola: había sido rebelde e independentista irlandés, también fue corsario para la Corona británica, lo que no impidió que en 1634 acudiera encuadrado en un Tercio español a la batalla de Nordlingen. Ahí trabó amistad con quien era el verdadero poder detrás del trono español: el Conde-Duque de Olivares.
Para entonces era un notable espadachín, un experto cortesano, agente secreto de la corona española y se dio el tiempo de trabar amistad con varios pensadores y artistas de la época: Pedro Pablo Rubens lo consideró su amigo y – se dice, pero jamás se ha comprobado – lo tomó de modelo para su obra “Retrato de un Joven Capitán”.
Tras lograr Portugal su independencia de España, Lampart fue enviado a México: ¿su encargo? espiar al Marqués de Villena, recién nombrado virrey y emparentado con los nuevos monarcas de Portugal, los Braganza…hizo su trabajo tan bien, que terminó haciéndose amante de la virreina, lo que lo puso en serios aprietos en la Corte, perdiendo su posición privilegiada ahí.
Antes de esperar a ver qué en qué paraban sus líos de cama, huyó hacia Durango y algunos territorios más al norte, donde conoció de cerca las privaciones y las injusticias que sufrían los indígenas novohispanos. Como aparte de zorro era un auténtico camaleón, aprendió los dialectos de pimas, seris y huicholes, llegando a ser curandero y chamán… y aquí es donde verdaderamente entra a la Historia de México: aunque pasaba una buena parte del día bajo efectos de alucinógenos -o quizás por esa misma razón- redactó un documento que fue la primera declaración de independencia del continente.
Sumamente adelantada a su época y anticipándose un siglo a la Revolución Francesa, en ella Lampart propuso libertad de cultos, la igualdad de oportunidades sin importar raza o condición, abolición de la esclavitud, una reforma profunda del régimen de tenencia de la tierra y -cosa que todavía les revuelve el estómago a los pudibundos que quisieran estar gobernados por un obispo – la decidida separación de Iglesia y Estado.
No es poco lo que escribió Lampart al respecto: en el Archivo General de la Nación existen cerca de cinco mil hojas escritas de su puño y letra dedicadas a cómo se debería gobernar lo que llamaba “el Anáhuac”.
Estaba a punto de hacer estallar un movimiento armado independentista cuando fue traicionado por uno de sus co-conspiradores.
Eso de la separación de Iglesia y Estado hizo que la Inquisición española lo reclamara para él, como hereje, y aunque esto nunca se le pudo comprobar, fue sometido al muy particular tratamiento que la institución les daba a sus huéspedes, lo cual no impidió que mientras duró su encierro (se les escapó dos veces), el cautivo hasta se dio el gusto de escribir himnos religiosos en latín.
Para no tener más problemas con el Zorro, la autoridad virreinal y la Iglesia lo condenaron a morir en la hoguera en 1659, pero como era un hombre que siempre hacía lo que se le antojaba, a Guillermo le apeteció ahorcarse antes de que lo asaran vivo.
Por cierto, como el de las películas, este Zorro firmaba con la “Z”: el símbolo esotérico de la chispa divina.
Que quede este apunte como un pequeño recuerdo de todos aquellos que plantaron la semilla- la mayoría de las veces de forma indirecta o en territorio aun infértil – de lo que luego fue México y que son muchos, muchísimos, y a la mayoría se les tiene en el olvido: desde los hermanos Cortés , hijos de Hernán, que quisieron hacerse “reyes de México” apenas una década y media después de la caída de Tenochtitlán, hasta los intentos de Primo de Verdad, en 1808, previos a la conspiración de Querétaro de 1810, que incendiarían a la Nueva España con Hidalgo y Allende en ese parto largo y doloroso, que dio lugar a este hogar sin terminar que es México.
Fuente Historia de México.