“¿Qué sabemos de la muerte?”. Esta cuestión es lanzada por Levinas en una conferencia pronunciada en 1.974. De la muerte apenas conocemos como se presenta en cuerpos ajenos al nuestro. Sería imposible “vivir” el opuesto a la propia “vida”, esto es, “vivir” la “muerte”. El punto de partida levinasiano, por tanto, no queda otro remedio, es el del observador de un fenómeno que, bajo ningún concepto, podemos abordar como experiencia propia. Volcado hacia el exterior, es más, hacia “alguien”, la mirada fenomenológica observa, inicialmente, la muerte como la cesación de los movimientos fisiológicos, sin embargo, esta perspectiva nos usurpa toda posibilidad de sentido. La vida humana es el conjunto envolvente del movimiento que se evapora, la vida humana es lo perdido en la cesación del moverse.
La muerte, dice Levinas, es la “no respuesta”. En primer lugar porque el sujeto que muere ve su posibilidad de respuesta negada, en este sentido, la muerte es la negatividad. El “morir”, que siempre se nos da como fenómeno, es el tránsito del “rostro” gesticulante a la “máscara” inmóvil. Un rostro que representa el alma sustancializada, en tanto se extingue, elimina la propia alma. La “máscara” carece de “anima”, carece de alma, carece del envoltorio vital.
Para Levinas, vivir la muerte, siempre ajena, es cargar, desde ese instante, con “la culpa del superviviente”, es, en definitiva, el momento en que se revela nuestra responsabilidad hacia el otro. El sentirse afectado por la muerte del otro es nuestra forma de relacionarnos ya no con el otro, ahora ausente, sino con la muerte que de él se ha adueñado.
En el instante de la muerte se da la lucha entre el discurso y la negación de dicho discurso. La muerte es la usurpación del discurso más allá del robo de la vida. Pero, también, es la curación de la enfermedad, la curación venida, lograda, como acto de impotencia. Este suceso es, también, ambigüedad, quizá una ambigüedad que marca un sentido más allá de la dicotomía ser/no ser. Ambigüedad que no puede ser más que un enigma. La muerte es un enigma exigido, que surge, desde el seno de la temporalidad, efecto, pues, de la duración del tiempo