“Viejo, yo veo qué pocas de mis esperanzas se han cumplido, qué lejos está el mundo de lo que deseé, imaginé, y por el que luché.
Y sin embargo no reniego de haber esperado, de seguir esperando.
Se cumpla o no, creo que esperar tiene un valor, un sentido. Más allá del logro de lo esperado.
Que vale la pena desear, es lo que les repito a los jóvenes. Siempre les hablo de la esperanza.
Porque creo que hay un valor mayor que la posibilidad o imposibilidad de concreción de un deseo. Que es mantener vivo ese ideal. Independiente de los resultados. Quizá no se haya plasmado pero nos transformó a nosotros, nos hizo menos «realistas», es decir, menos cínicos.
Creo en la fuerza y la transformación que nos da el vivir con un ideal.
Los años traen la esperanza de haber pasado a otros esa utopía, esa antorcha, de ver que si el propio deseo de algo no se cumplió, sí se cumplió la posibilidad de mantener ese fuego del deseo para que otros lo lleven adelante. Ésa es la vida.
La esperanza, el ideal, es como un horizonte.
La vida siempre termina antes, pero lo que hemos recorrido ha sido un trayecto hacia un horizonte o hacia otro.
Y no es lo mismo uno que otro. Aquello que pusimos como meta, aunque no la hayamos llegado a cumplir, modificó nuestra alma, la moldeó y la expuso a la mirada de los demás.
Y es este trayecto hacia un horizonte o hacia otro lo que refleja el rostro humano”.
Ernesto Sabato